sábado, 25 de mayo de 2013

El fútbol alemán vuelve por sus fueros

"El fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania". Gary Lineker es, posiblemente, quien mejor ha podido reflejar la competitividad germana en el juego de los veintidós tíos vestidos de corto que corren detrás de una pelota para meterla entre tres palos más veces que el contrario.

Alemania, incluso en sus horas más bajas, ha sido el rival a batir. Un equipo aguerrido, portentoso físicamente y al que la disciplina del trabajo y el sacrificio de la propia cultura le daba ese plus que le hacía parecer invencible. Solo alguna decisión polémica privaba al equipo de la gloria.

Este carácter era también apreciable en los clubes nacionales, que emulando el juego físico de la Mannschaft, lograron imponer su ley en Europa durante los años setenta y principios de los ochenta. Arrollaban a cuantos se pusieran en su camino, como demuestran el Mundial conseguido por la selección en el '74 y los cuatro títulos continentales y dos finales en diez años entre Hamburgo y Bayern. 

Franz Beckenbauer levanta la segunda Copa del Mundo para Alemania (RFA) | Foto: bbc.co.uk
 Esa aureola ganadora se ha ido perdiendo con el paso del tiempo. Desde aquel Borussia Dortmund que ganó contra todo pronóstico a la Juventus de Montero, Deschamps, Zidane y Vieri, no hay ni rastro de esa sangre fría, ese oportunismo y esa suerte de campeón que siempre ha ido de la mano con el país de moda.

Los jugadores del Borussia Dortmund con su primera -y última- Copa de Europa | Foto: abc.es
Desde entonces, desde que empezamos a ver como la propuesta del 'Dream Team' arraigaba por todo el mundo, Alemania no se siente ganadora. Sigue siendo competitiva, pero falla en los momentos importantes. Los germanos empezaron a perder partidos ganados, a ser testigos de genialidades en el momento más inoportuno, a ser apartados del camino y a conformarse con premios de consolación. San Siro vivió la excepción que confirma la regla.

Al igual que España y el pasar de cuartos, o la más reciente maldición de Béla Guttmann, tanto a nivel de clubes como de selección, existía una alergia a las grandes citas, sobretodo en el caso del Bayern Múnich, con Arjen Robben como símbolo de la derrota. Drogba, Milito, Puyol, Torres, Grosso, Ronaldo, Solksjær, Sheringham o Baros son solo algunos de los aguafiestas de los últimos quince años.

Solskjær marca el 2-1 para el Manchester United en el minuto 93 de la final de la Champions '99 | Foto: dailymail.co.uk
Sin embargo, la película está forzada a ser distinta esta vez. El destino quiso que dos equipos alemanes se cruzaran en la final de la Champions League. Ambos conjuntos han recuperado esencias del pasado

El Bayern ha arrollado a equipos de media Europa aún cargando con la etiqueta de favorito. Con sangre fría y sin compasión, han llegado a su tercera final en cuatro años con mucha más solvencia que en anteriores ediciones, siendo el finalista más claro de los últimos diez años. 

Por su parte, el Borussia Dortmund ha recuperado esa sensación de invencibilidad de antaño y la ha combinado con el juego más vertiginoso que se puede ver actualmente. Revivió de sus cenizas, supo sufrir, se sobrepuso a la venta de su jugador franquicia en el momento más decisivo de la temporada y ahora debe reponerse de la lesión del mismo y la posible baja de su principal baluarte defensivo: Mats Hummels.

Los de Baviera vuelven a tener todo de cara. ¿Les podrá la presión de ser favoritos o mantendrán la sangre fría? ¿Volverá a comerles la tostada el Borussia? ¿Superaran los de Klopp las dificultades nuevamente o a la tercera irá la vencida? Tan solo sabemos que Lineker acertará seguro esta vez.


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